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March 12, 2012

Permiso para sentir

Here I am, fully reinvigorated. I had a wonderful weekend, although unfamiliar in some aspects. I really needed to get away for a couple of days and catch my breath.

About the alcohol, my former psychoanalyst said once that since my solution to everything is repressing things, the alcohol was the only way for me to let go of a few of those repressed things. I think I’m not repressing much nowadays, for the record.

I’ve been rereading comic books such as Daredevil, X-Factor, Sandman Mystery Theater Sleep of Reason (I think my trust in John Ney Rieber was excessive on this one), and of course Legion and Conan. Oh yeah, and I am out of bags and boards. Now I’m thinking that one day I am going to run out of space for my comic book collection.

Anyway, I’m including the final art for the drawing that I started a couple of weeks ago. It’s fully inked with a nib and Chinese ink, over lead pencils. It doesn’t look as astonishing as I had planned but it still looks much better than the stuff I used to draw a couple of years ago. Opinions? Comments? Feel free to post whatever it’s on your mind.

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Ya me siento listo para un concurso de coctelería, y estoy seguro que arrasaría con los premios ya no sólo en la categoría de ‘mejor pisco sour’ sino también en la de ‘mejor maracuyá sour’. Este fin de semana debo haber preparado alrededor de 35 copas de maracuyá sour, y teniendo en cuenta que hemos sido un grupo más bien pequeño creo que la cifra demuestra la enorme acogida de nuestro bebida de bandera.

Por supuesto, la demanda se ha distribuido más o menos equitativamente entre un día y otro, y gracias a seguir la máxima de beber con moderación, pude levantarme el domingo temprano para nadar media hora en la piscina. Cada fin de semana en Asia significa romper por completo con mi rutina en Lima, mientras aquí me esfuerzo por no evitar carbohidratos o vigilar calorías, allá termino por caer en la tentación. Gula pura. Qué maravilla. Del mismo modo, mi caminata habitual de 20 minutos desde mi casa en Barranco hasta la bajada de la playa desaparece y es reemplazada por media hora de nado nada sincronizado, pero que igual termina siendo un buen ejercicio. Algo es algo.

En fin, el próximo post seguramente será sobre la Legión de Súper-Héroes o Conan el bárbaro, pero lo cierto es que, para seguir la ilación, terminaré de narrar lo que empezó en el post anterior. Nos habíamos quedado en mi primer encuentro con el gran escritor Alfredo Bryce Echenique. No hay primera sin segunda, dijo alguien, y entre Bryce y yo podría decirse que tampoco hay segunda sin tercera, pero no nos adelantemos más de la cuenta. Ahí va, directo de mis archivos privados, mi segundo encuentro con Bryce (que, dicho sea de paso, incluye también mi segundo libro autografiado por este importante autor).

Sin permiso alguno

Fui lleno de entusiasmo a la presentación del libro de Bryce, y salí con más entusiasmo del que podría haber soñado. Me ha sido permitido sentir al máximo, alcanzar el punto culminante del sentimiento. Y “Permiso para sentir” es el título de la segunda entrega de las Antimemorias de Bryce.

El sentimiento, por supuesto, ha estado presente en cada minuto y segundo del genial discurso de Bryce. Nunca lo vi tan inspirado, ni tan reluciente de optimismo, ni tan alegre, ni tan sobrio. Claro, se iba echando sus tragos de vodka con jugo de naranja que, diligentemente, un mozo le iba sirviendo. Pero comparado a todas las veces que lo he visto, o las veces todas en las que ha sido entrevistado en televisión nacional, ahora era un ejemplo preclaro de sobriedad.
signed edition / edición autografiada

Además, fue simplemente genial empezar su discurso contando el por qué de la corbata que llevaba puesta, pasar a Balo, a varios amigos suyos, contar su accidentada estadía en una conocida isla griega, hecho narrado con magnífico sentido del humor, y así pasar por mil temas y personas, Louis Armstrong, Fidel Castro, García Márquez, el anterior gobierno del país, la situación de aquí, y un millón más de personas con temas, juntos y revueltos, para culminar en pocos minutos con el mejor discurso que he escuchado en la vida. Hay que tener de genio para tocar el corazón de las más de trescientas personas reunidas en el Miraflores Park Plaza; hay que tener más de genio para articular todas las narraciones diversas, sin tener nada escrito, puramente hablando, para alcanzar un discurso perfectamente coherente y entrañable y tierno, y con risas y lágrimas no sólo mías sino del resto del público. Y hay que ser genial, verdaderamente, para decir tantas cosas en una hora, sin que ni una sola palabra sea aburrida, y con tanta alma y tanto innegable y sublime acento propio.

Allí habló por ejemplo de su mama Rosa, la mujer que trabajaba en su casa y que prácticamente lo crió de niño. Y dijo que esa señora, a quien él visitó siempre, incluso con su madre en una de las épocas de mayor violencia, huelgas, llantas quemadas y manifestaciones salvajes, en lo peor de los años ochenta y noventa también, que esa señora dijo una de las dos frases más tristes que había escuchado en su vida. Él siempre la llamaba por teléfono, y una vez, respondiendo a la pregunta de cómo se encontraba, la respuesta fue, “aquí pues chinito” –ella le decía chinito de cariño, de toda la vida – “dándole pena a la tristeza”. Algunos años después, en una entrevista en El Comercio, Bryce señaló que se inspiraría en esta frase para una de sus futuras novelas.

Ese día [estamos en el 2005, este es un texto un poco viejito], Alfredo Bryce estaba de muy buen humor, con energía, con entusiasmo. Había sentido, había tenido permiso para sentir, al máximo y más, en la presentación de sus “Antimemorias 2: Permiso para sentir”. Los presentadores fueron Fernando Ampuero, Alonso Cueto [quien después sería mi profesor de taller de narrativa en la PUCP] y Abelardo Sánchez León, Balo para los amigos. Precisamente en la presentación de Balo, fue una lástima que Bryce acabara de salir de una seria depresión, según me enteré después, y tal vez el cansancio natural de haber estado hospitalizado, o los fuertes antidepresivos, o ambas cosas juntas, fueran las causas de su tan exhausta participación, y casi causas suficientes para no pedirle que me firmara el libro.
maracuyá sour

En esta ocasión, satisfecho por el anterior autógrafo, pensé que no era necesario uno segundo. Quedé tan satisfecho y emocionado después de las palabras de Alfredo Bryce que, honestamente, la noche podría haber terminado ahí y yo tan feliz. Debe haber hablado más de una hora seguida. Quizá mucho más, ni miré el reloj porque no despegaba la mirada del escritor, a quien veía perfectamente desde mi asiento en segunda fila. En ninguna otra ocasión vi a Bryce hablar tanto, ni tan bien, demostrando que estaba ya totalmente restablecido.

Luis Peirano Falconí [actual ministro de cultura], se había sentado a mi derecha. Hablé un poco con él pero la conversación al final fue entre Peirano y Alberto de Belaunde de Cárdenas [a él lo vi hace poco en la cata de vinos argentinos en Asia]. Peirano conocía ahí a todo el mundo, saludaba a treinta personas por minuto, y con casi todos se detenía a hablar unos segundos, sabiendo y recordando siempre qué debía decir y en mi caso se acordaba de mi última misión: obtener por primera vez la firma de Bryce. Y así uno lo veía a Peirano, el hombre de teatro más importante del país, proyectando su voz de un lado a otro del salón, a tal punto que yo supe que él estaba ahí desde temprano porque escuché su voz antes de verlo. Peirano tiene la mejor voz que un actor pueda desear, es una voz que parece imposible para los mortales corrientes. Y cuando fue con su esposa hasta la segunda fila, fue un honor escucharlo decir “bueno, nos sentaremos al lado de Arcadio”.

También me cayó muy bien Anita Chávez, la actual esposa de Bryce, que fue una desconocida pero muy elegante mujer que pidió permiso para sentarse en unos asientos que, de hecho, estaban reservados para ella y sus tres hijas. Y pidió permiso lindo, y habló lindo, y por supuesto saludó a Peirano pero se preocupó de saludar a los que estaban cerca, a mí me dijo hola sin saber quién era, pura amabilidad y simpatía.

Al final de la presentación saludé a Germán Coronado, director general de la editorial que publica a Bryce y a su esposa, Marta Muñoz. Y aunque deseaba acercarme a Bryce fue tan imposible como atravesar un muro de guardaespaldas. Lo que de verdad había era un muro circular de diez o quince fotógrafos, que seguían a Bryce incansablemente, y que lo fotografiaban cada dos segundos o cada paso, lo que sea que viniese primero, y si a ello sumamos el camarógrafo de la televisión, las luces para la cámara, el entrevistador de televisión, más fotógrafos y un bombardeo cruel y cegador de flashes y más flashes fotográficos, llegué a la conclusión que más fácil era atravesar el muro de guardaespaldas que esa locura mediática, fotográfica y televisiva e intrusiva. Alfredo Bryce, además de estar irremediablemente rodeado, era sujetado del brazo una y otra vez por figuras famosas que posaban felices a su lado, por escritores a los que el círculo permitía ingresar, y por varios sujetos importantes que sujetaban su brazo y hasta lo llevaban de un lado a otro, casi zarandeándolo, pero felices de ser fotografiados y tener asegurados sus comentarios y / o fotos en las páginas sociales.

También saludé a Saúl Peña Kolenkautsky, que nuevamente, como la otra vez, se quedó hablando con Alonso Cueto. Al final de la presentación, a la hora del brindis, las cosas se iban a nivelar. Y es que yo, a diferencia de la vida cotidiana, cuando empiezo a tomar entro en franca competencia; y, como nunca, se cumple esa máxima de lo importante no es ganar sino competir, por eso al día siguiente son los estragos de la competencia. Ni hablemos de cuando quedo en primer puesto.
my final version / mi versión final

En esta ocasión debo haber sido de lo más competentes o competitivos, si quieren, y seguramente habré quedado entre los primeros puestos. Como este hotel, ubicado en el malecón de Miraflores, con preciosa vista al mar y al costado de un apacible parque, además de lujoso, también fue suntuoso a la hora del brindis bienhadado. Además de las infaltables e inacabables copas de vino, tinto y blanco, hubo peruanísimo pisco sour y riquísimo vodka con jugo de naranja. Pero también, la gran novedad y mi favorita de la noche, fue una bandeja con una botella de Johnny Walker etiqueta negra que llegaba a mí siempre, porque yo la perseguía siempre, y casi sin darme cuenta del mozo que la llevaba, pedía por favor que sin hielo, sin agua, puro de pura pureza, y rápido por favor. Lo cierto es que había entrado de lleno en la competencia, y hasta había olvidado que aquí la velocidad nunca ayuda, sino más bien perjudica, que lo mejor es tomar con calma para poder tomar más y seguir haciéndolo.

Al final no había más whisky, pero fui tomando una tras otra mis copas de vino tinto, infaltables e inacabables, indispensables al menos. Me había quedado compitiendo y tomando, o ambas cosas que son una misma en esta competitiva vida nuestra. Por todas estas razones entremezcladas, y porque pude, me fui acercando donde un Bryce al que ya solamente lo rodeaban un par de fotógrafos y un grupo de amigos suyos, de los incondicionales. La gente se estaba yendo, y poco a poco los dos salones y el corredor, que era el espacio destinado para la presentación, fueron quedando prudencialmente deshabitados, al punto que ya podía estar cerquita a Bryce. Recordé el ceño fruncido de una señora a la que Bryce no firmó el libro, más tarde, le había dicho, y no quise apresurarme. En todo caso, al final de la presentación y al inicio del brindis, lo último que debe desear un escritor es ponerse a firmar, cuando lo primero que desea hacer es abrazar a todos sus amigos y charlar y estar tranquilo.

Ya había pasado una hora pero en ese lapso mucha gente se había retirado. Por eso, aproveché para estar al lado de Bryce, casi hombro con hombro, escuchando quizá maleducadamente su conversación con amigos, quedándome ahí como si fuera un amigo más. Alfredo, una foto juntos, ¿te parece bien? Fue todo lo que hizo falta para tener al día siguiente la foto más preciada y valiosa del mundo, una foto en la que Bryce sujeta su vaso de vodka con limón mientras a mí me sostiene una copa de vino tinto, y probablemente, sin esa copa sosteniéndome me hubiera desplomado como un saco de papas. Solamente nosotros dos. Ya luego me tomaron otra foto en la que Bryce me está firmando una segunda vez un libro, este libro, que es segunda parte del primero que me había firmado primero. Cuando puse a prueba mi suerte él me dijo te firmo el libro pero rápido para que nadie más se dé cuenta. Esa complicidad fue un valor añadido. Ya cómplices le pedí mil disculpas por haberlo hecho firmarme el primer libro en aquella presentación, porque lo había visto tan mal y cansado y aún había insistido, él dijo que no te preocupes, ni me acuerdo. Mejor, y un poquito de peor. Mejor porque no me siento nada culpable por esa intrusión, pero un poquito peor porque eso quiere decir que no se acordaba de mí. Por último, le dije que esta vez Alfredo, has estado mucho mejor que en lo de Balo. Solo al final me di cuenta que lo estaba tratando de Alfredo y a Sánchez León de Balo, como si yo fuera uno más de los amigos. Siempre se ha dicho que en Perú todos admiran más a Vargas Llosa, pero quieren mucho más a Bryce. Yo a Bryce lo admiro muchísimo más y siempre lo he querido infinitamente más. Tal vez por eso que me terminé autoincluyendo en el grupo de los amigos, y por eso esas confianzas de decirle Alfredo como si se tratara de un antiguo y entrañable amigo, aunque también, ahora que lo pienso, con tantas novelas suyas y miles de páginas leídas, Alfredo Bryce Echenique sigue siendo un genial escritor, una maravillosa persona y por simple asociación de ideas, un amigo de la vida.

Es probablemente cierto que no hacía falta competir tanto, porque a esa hora cualquier hombre prudente hubiera dicho basta. Pero para mí no bastó todo el alcohol ingerido, pensando que mi vida es un gran vacío que única y ocasionalmente se llena con alcohol o con situaciones buenas y alegres que son tan infrecuentes, y así [siete años después, obviamente he cambiado de opinión, ya no considero mi vida como un gran vacío, aunque, claro, nada me impide tomar un par de veces a la semana o más, según la ocasión lo amerite].

Lo cierto es que al día siguiente fueron los estragos de la competencia. Ni pude desayunar ni almorzar, tampoco fui a la universidad. Además, tuve la sensación horrible de despertarme sin saber cómo había llegado a casa, y vi que el libro heroicamente había resistido unas manchitas de vino, y que por lo demás se encontraba en perfectas condiciones. Larga vida a la competencia y, cómo no, a Bryce.

March 9, 2012

Arcadio Bolaños Acevedo - Tiralínea # 19 (PUCP)

Sala samobójców (2011) 
Directed by Jan Komasa

Dominik (Jakub Gierszal) has it all: a wealthy family, good looks, intelligence and a bright and promising future ahead of him. But why does he feel like he’s losing his grip on all of it? Popularity seems to elude him, and although a few girls still want to dance with him in parties, he’s slowly succumbing to shyness, struggling against minor aggressions from other students, against the seemingly harmless mockery of his peers. Jan Komasa’s film establishes these premises from the very beginning: we see Dominik in the opera with his rich parents, and in high school, in parallel sequences that will become of paramount importance for the structure of “Sala samobójców”.

Adolescence is always difficult, hormonal changes and new feelings can destabilize anyone. Dominik finds himself exscinded, adrift between two possibilities: What does it mean to be manly? And what does it entail to act effeminately? Gender roles are not unwavering, as they change and evolve through times, through the actions of the people. Gendered behaviors are unnatural: the way in which we learn the performance of gender roles (what we commonly associate with femininity and masculinity) is an act of sorts, a performance, one that is imposed upon us by normative heterosexuality. We are like actors in a stage, trying to persuade others that we are either men or women: we do not follow our natural tendencies but rather the dictates of society.

Everything in Dominik’s life pertains to the norm; even his parents are ruled by it: they are like slaves following the orders of the marketing industry, in the case of the mother, and the government, in the case of the father. Yes, they have made a fortune, but in order to do so they have obeyed norms for so long that they can no longer feel free. It’s this slavery that forces them to assume the heterosexual normativity to the extreme and have sex with anonymous lovers, in other words, they need a member of the opposite sex to enforce their roles as productive and successful heterosexual individuals.

And that’s what’s expected of their son. And that’s why he cannot reconcile his existential doubts with the demands of adulthood. In her book about Performativity, theorist Judith Butler asks herself to what extent our acts are determined for us, rather by our place within language and convention. For Butler, identity is an illusion retroactively created by our performances. She defines identity as "a compelling illusion, an object of belief" (not unlike Dominik’s interpretation of Hamlet). Perhaps in past decades this was harder to understand, but now let’s think about the internet and online communities in which we can recreate and reinvent ourselves. That’s what Dominik finds in the “Suicide Room”, a virtual environment, a rendezvous point for a group of strangers that rely on ‘avatars’ and online interaction.

Although slightly insecure, Dominik is first presented as a ‘normal’ boy. Nevertheless, everything changes after a party in which two girls kiss each other and then challenge him to do the same with his friend Aleksander (Bartosz Gelner). Why do the girls kiss? Certainly they are not lesbians but they are unwillingly subverting the very foundations of heterosexual normativity. In the same way, the two boys kiss each other and personify for a few seconds the abject, in other words, the homosexual condition, "a domain of unthinkable, abject, unlivable bodies". In order to have a heterosexual normativity there must be something that opposes to it. This repudiation is necessary for the subject to establish an identification with the normative phantasm of sex.
signed edition / edición autografiada

At the beginning, it would seem like this innocent kiss doesn’t disturb anyone. Dominik’s friends even upload the kiss on YouTube but there are no hard reactions, no negative consequences. It’s like a simple, childish joke. That is, until Dominik is wrestling with Aleksander during their judo lessons. Aleksander holds him down, and rubs his body against Dominik, this becomes so arousing for the teenager that he can’t help but to ejaculate right there. Aleksander starts laughing about it and Dominik leaves the room instantly, completely humiliated and embarrassed. 

Aleksander, maliciously, tells everyone about the “semen incident” on Facebook, and the entire school starts laughing at Dominik. The boy is now under a lot of pressure and he cannot cope with it. That’s when he finds a safe haven in the “Suicide Room”. Let’s remember that gender, according to Butler, is by no means tied to material bodily facts but is solely and completely a social construction, a fiction, one that, therefore, is open to change and contestation. In a way, this suicidal group is defying every convention; not only are they attempting to end their lives, but they are also computer generated images that have created an entire world online. Butler argues that sex (male, female) is seen to cause gender (masculine, feminine) which, in turn, is seen to cause desire (towards the other gender). This is commonly regarded as a kind of continuum. Butler's approach – inspired in part by Michel Foucault – is basically to smash the alleged connection between them, so that gender and desire are flexible, free-floating and not 'caused' by the same recurrent factors. This idea of identity as free-floating, as not attached to an 'essence', but instead to a performance, is one of the key ideas in queer theory. And it’s also fundamental in order to comprehend Jan Komasa’s remarkable film. In the “Suicide Room” there is a Queen, mythical creatures and warriors, and soon Dominik becomes a member of this unkempt club. Everyone here has, indeed, a floating, virtual identity. And gender rules don’t really apply, as the Queen and Dominik have an intense friendship that can never turn into physical love.

Just as it happened in the opening frames of the film, there are two parallel sequences: the ones in the real world, and the ones in this non-existent place created thanks to the internet. When Dominik tells his parents that he might be gay, they adamantly refuse to give credit to such possibility. As it has been established, they’re so deeply embroiled in the heterosexual normativity that no other alternative can be valid for them. But since the body becomes its gender only "through a series of acts which are renewed, revised, and consolidated through time", the acts of Dominik are soon labeled as confusing and weird. By illustrating the artificial, conventional, and historical nature of gender construction, Butler critiques the assumptions of normative heterosexuality: those punitive rules (social, familial, and legal) that force us to conform to hegemonic, heterosexual standards for identity. It is necessary to distrust the definition of gender, weakening the status quo in order to fight for the rights of marginalized identities (gays and lesbians).

Unable to ascribe to predetermined gender roles, Dominik is now a tortured and fragile soul, vulnerable to the influence of this mysterious girl that acts like the Queen of the Suicide Room. But she along with her subjects are no more than phantasmatic projections devoid of any ‘realness’ or any sexual attributes for that matter. None of this matters to Dominik, who becomes more and more invested in this virtual world, neglecting reality and becoming completely isolated. Jan Komasa cites, with subtlety, the heterosexual normativity and creates a deep, fascinating, dark and yet completely human story that will leave viewers in awe. A true masterpiece from Poland.
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Cuando recibí los ejemplares de mi primer cómic, en julio del 2010, experimenté uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Por fin había logrado publicar un cómic en Estados Unidos. Claro, era una historia de dos páginas y el cómic en cuestión debe haber sido leído máximo por un millar de personas, pero aun así fue todo un logro para mí. Desde entonces, espero con impaciencia recibir más novedades (ya tengo cinco cómics distintos en mis manos, y en los próximos meses salen tres más, en los que he colaborado como guionista, dibujante o autor completo).

Hace unos días recibí un sobre manila con el logo de la PUCP, y pensé que tendría algo que ver con mi ceremonia de graduación (que está programada para abril). Lo abrí y encontré dos ejemplares de Tiralínea # 19 (revista publicada por el departamento académico de comunicaciones de la PUCP). Me sentí emocionado cuando vi mi historia de 7 páginas titulada “Sólo quedamos nosotros”. Tener un cómic publicado en Perú ha sido casi tan emocionante como recibir ese primer número del 2010. Me dio mucho gusto ver mis dibujos en las lustrosas páginas de Tiralínea. Para todo aquel que quiera conseguir este ejemplar les recomiendo ir a la librería de la PUCP, está a 4 soles aunque estoy seguro que también se puede encontrar en otros lugares (yo honestamente no creo que iría desde Barranco hasta San Miguel solamente para comprar la revista). Si alguien sabe dónde más se puede encontrar ejemplares recientes de Tiralínea me pueden dejar un comentario.

Y, finalmente, recordando otros momentos emocionantes pensé que sería divertido incluir un relato de cómo conseguí que Alfredo Bryce Echenique me autografiara el primer volumen de sus memorias.

Antimemorias: Permiso para vivir

Debe haber sido uno de los mejores momentos de mi vida, uno de los más intensos, también, uno de los más inverosímiles. Me costaba creerlo. Mucho rato después, seguí mirando, con la misma ansiedad y orgullo, esas memorias suyas, las Antimemorias, con el título Permiso para vivir.

Para mí también fue forzoso pedir permiso entre esa manada sedienta de pisco sours, caminar, trotar, esquivar, correr, correr como nunca y con permiso, perdón, un ratito que estoy pasando, hasta llegar a la meta gloriosa de los sueños de toda una vida. Noches como estas me permiten desprenderme del título, Permiso para sobrevivir, o para pervivir, que es lo que mejor sintetiza mi situación. Casi toda mi vida soy un protagonista al que no le hacen falta subtítulos aclaratorios en una novela que bien debería llamarse Permiso para pervivir. Por eso, fue tan emocionante, después de tantos permisos y empujoncitos, llegar hasta la alta mesa de los autores.

Me había demorado horas en bañarme, en alistarme. Si casi llego tarde fue porque, como es habitual en estos trances, no soy capaz de tomar una veloz decisión sobre la pertinencia del atuendo a elegir. Así es que pensé, y pensé bien, que las pocas personas de mi edad que van a estos eventos, jamás llevan saco ni corbata, y simplemente no podría desentonar. Cuando he ido a otras presentaciones de libros no me consume tanto tiempo la indecisión frente a qué disfraz social me toca asumir. Al final fui serio y formal pero sin llegar al nivel de sacos y corbatas. Esta es la cuarta presentación de un libro a la que asisto desde el año pasado, y siempre han sido escritores que no conocía, y eso que, si disculpan la inmodestia, no creo ser un neófito en materia de literatura. Me precio mucho de ser lector empedernido y obsesivo conocedor de autores y escritores, sean peruanos, extranjeros o de poco respetados géneros. A pesar de todo, siempre es la primera vez que escucho hablar del escritor al que van a presentar, lo que nunca falla es que conozco bien la obra de los presentadores del libro. En esta ocasión, los presentadores eran Alonso Cueto, quien me autografió un libro en ocasión ya reseñada, Guillermo Niño de Guzmán, a quien creo haber mencionado previamente y, desde luego, Alfredo Bryce Echenique.

“El viaje del salmón” es el libro de Abelardo Sánchez León, Balo para los amigos, que iba a ser presentado la noche del jueves doce de mayo del presente año [o sea, el 2005, este es un texto algo viejito], bajo el sello de Ediciones Peisa, en el hotel Meliá, en San Isidro. Llegué antes de la hora indicada, en primera fila, destacando por encima de todos, estaba Luis Peirano [actual ministro de cultura], el genial maestro de actuación que tuve el ciclo pasado, decano de la Comunicaciones, y la figura más importante del teatro a nivel nacional; me saludó y se acordó de la brevísima charla que sostuvimos ayer: el miércoles le había interrumpido una conversación para saludarlo y de paso preguntarle si me daba algún consejo para conseguir una firma de Bryce, di que eres mi alumno, me dijo, y me dio un par más de recomendaciones, lleno de amabilidad cuando yo estaba en franco sentimiento de culpabilidad por la interrupción y por hacerle perder un poquito de tiempo. Cuando lo veas, me dijo en ese momento, anda y dile que te firme el libro que has traído, hazlo, hazlo. Esos eran todos los ánimos que necesitaba. No vi otros conocidos y me senté en la cuarta fila, en la de adelante todos los asientos estaban reservados, ahí, por supuesto, estaba el puesto de Peirano, saludando a todo el mundo.

Empezó la presentación. Primero Alonso Cueto improvisó un entretenido discurso en donde hablaba de Balo, un poco de su vida, un poco de sus obras, divertidas bromas despertaron la risa del público, estuvo muy bien Cueto. Después le tocó a Guillermo Niño de Guzmán, que leyó un texto en donde hablaba de multitud de viajes con Balo, contó una anécdota que incluía a Peirano, una anécdota que imaginé claramente; Peirano es amigo de Bryce y los demás escritores. Ahora era el turno de Bryce. Él empezó diciendo que había estado en el hospital hasta esa misma tarde, me han dado de baja en el hospital, explicó, él había pensado que no iba a llegar, pensó que no llegaba, y por eso había escrito cuatro páginas que pensaba mandar para reemplazar su ausencia, pensé que no iba a poder llegar pero acá estoy, terminó diciendo. Esta es la tercera vez que lo veo en persona, y nunca lo había visto ni tan cansado ni tan apagado. No fue como otras veces en las que se gana al público con un par de frases, no fue como otras ocasiones en las que al final de sus alocuciones la cantidad de aplausos es tan enorme que completamente aplasta por comparación a los aplausos recibidos por los otros presentadores. Empezó a leer, mientras tocía un poco. Ya en otro momento, lo había visto buscando un pañuelo y literalmente derrumbándose en la silla, y sonarse la nariz y con las justas doblar y guardar el pañuelo vaya uno a saber en qué bolsillos del alma. Se le veía mal, y a mí eso me producía todo el dolor que cabe en una relación basada enteramente en libros leídos, releídos y admirados eternamente.

Era penoso escucharlo leer con las justas sus páginas, el micrófono no parecía más que una muleta sujetando el cuerpo que amenazaba con caer. Se iba confundiendo de palabras y a menudo volvía a leer una oración para corregirse. Y aún así, con todo en su contra, el suyo fue el discurso mejor, el más literario, el más profundo. Yo casi pensé que los otros presentadores iban a ganarle, pero sus palabras no podrían haber decepcionado a nadie. Al final, eso sí, los aplausos que recibió no fueron mayores en cantidad a los de los demás, por mucho que me empeñase en que ocurriera lo contrario, no fue como esas otras veces, en donde los aplausos a Bryce sonaban hasta el cielo y retumbaban por doquier.
my pages / mis páginas

Como es costumbre, el autor del libro, Balo, fue el último en hablar. Gastó casi todos sus minutos en agradecer a Bryce por su presencia, porque él sabía que Bryce había ido enfermo, y para él era un gran honor contar con la amistad de Bryce, dijo que Bryce era un artista y como todo artista sufría. Además, por lo que deduje, Bryce también debía estar deprimido, Balo dijo que lamentaba mucho tener a Bryce enfermo del cuerpo y del alma. Fue leída por otra persona una parte del libro de Sánchez León, en el que se cuenta cómo experimentó el autor la muerte de su hijo de catorce años, ese fue un momento verdaderamente emotivo, está escrito de forma preciosa. Se pasó nuevamente la palabra a Balo, y él dijo que después de un tiempo, había logrado recuperarse, ya no estoy peleado con la vida. Acabó todo, él y Bryce se abrazaron, los escritores empezaron a saludar a la gente que ya se abalanzaba hacia la mesa. En ese momento me levanté y tan rápido como pude llegué antes que Bryce se pusiera de pie. Saludé a Germán Coronado, el director general de Ediciones Peisa, y le pedí a Bryce que me firmara su libro Permiso para vivir. Ya de cerca lo vi bien cansado, y él con la voz que tiene cuando está en Lima, con acento de alcoholemia, me sugirió que busque la firma de Balo, porque el libro presentado era de Balo, lo voy a hacer después, contesté, él cogió mi libro, su libro, y me preguntó cuál era mi nombre, habló un poco consigo mismo y un poco para mí, que él ya tenía que irse, que estaba cansado, que tenía que regresar al hospital. Me he sentido como un invasor de jornada completa. Él estaba tan distraído o tan cansado que cuando terminó, me devolvió el libro y casi me da su pluma fuente, le tuve que decir que no era mía sino suya, no sé si me escuchó, pero terminó de levantarse, lo acompañaban en ese momento amigos suyos, y se alejó de la mesa, dejándome con su firma y una esencia de realidad que difícilmente podría uno sacudirse. Los escritores también se enferman, y no sólo del cuerpo.

Apenas Bryce se alejó un poco, vi que mis manos estaban temblando casi incontrolablemente. Fue un momento indescriptiblemente emocionante. Estaba más nervioso que nunca, y mis manos me temblaban. Tuve que respirar hondo y calmarme, lo más importante es que había aparentado a la perfección una imprescindible serenidad a la hora de abordar a Bryce. Las manos me temblaban, la voz me temblaba, pero ya no tenía importancia, lo único que importaba era no haber hecho un papelón con Bryce.

Me alegra que me haya firmado el libro. No tenía por qué hacerlo, yo hubiera comprendido que tuviera que irse. La verdad, cuando estuve tan cerca y lo vi tan cansado, casi aparto el libro y el ansia por su firma, pero ya lo había decidido, tampoco podía echarme para atrás. Bryce, de puro buena gente, porque no sabe decir que no, como bien afirma en sus memorias, en su Permiso para vivir, me inmortalizó el libro. Me causó una fuerte impresión verlo así, tan ido, tan apagado. La última vez que lo vi casi parecía otra persona, esa última vez lo vi hablando con bastante gente, con ánimos y energías [por fortuna, cuando volví a ver a Bryce nuevamente él estaba completamente recuperado y tan enérgico como siempre].

Ya después me tomé dos pisco sours, una copa de vino, comí unas brochetas, bocaditos, todo delicioso. A pesar de mi invasión, había conseguido mi objetivo, algo de lo que tal vez pueda presumir por décadas. Abría el libro y volvía a mirar la página, como si fuera a desaparecer su letra si dejara de contemplarla. Le di la mano a Guillermo Niño de Guzmán. Saludé a la esposa de Germán Coronado. Por último, conseguí que Balo me firmara su libro, ¿Arcadio Buendía? Me preguntó de broma cuando dije mi nombre, casi, dije yo. Con dos libros autografiados, con la última copa de vino, salí a la calle.