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July 3, 2012

Dándole pena a la tristeza - Alfredo Bryce Echenique


Desde el momento que leí “Un mundo para Julius” soy un fan incondicional de Alfredo Bryce Echenique. Además de una enorme admiración literaria, he llegado a quererlo como se aprecian a las figuras heroicas o famosas que observamos siempre a la distancia.

Y sin embargo, esa lejanía se ha ido acortando, primero gracias al par de libros que Alfredo me autografió,  y segundo, gracias a haber coincidido con él en más de un evento. En una ocasión, incluso, intentando tomar más que el propio Alfredo, el alcohol se me subió tanto a la cabeza que terminé conversando con él como si fuera un amigo suyo, y él, por supuesto, en su generosidad sin límites aceptó mi cháchara inofensiva y accedió, incluso, a que nos tomaran no una, ni dos sino tres fotos seguidas.

El día de ayer, me importó un comino que no estuviesen listos los guiones que debía escribir para Plus TV. A las 6pm, mi día terminó. Y en ese momento, la noche empezó. Me fui volando al Country de San Isidro, esa bellísima mansión republicana que nos reconcilia con un pasado más señorial y más elegante, más al estilo de la familia de Julius en la emblemática novela de Bryce.

Y allí, mientras un grupo de personas se apretujaba en la entrada, sin poder cruzar el umbral al no estar invitados, mi tarjeta de invitación me permitió abrirme paso y llegar puntualísimo y, por qué no, elegantísimo, al salón virreinal de tan ínclito hotel sanisidrino. Me senté en las primeras filas y a los pocos minutos Germán Coronado presentaba a Federico Camino Macedo, Alonso Cueto Caballero y Fernando Carvallo Rey, quienes comentarían “Dándole pena a la tristeza” de Alfredo Bryce Echenique.
El famoso hotel inmortalizado en "Un mundo para Julius"

Las últimas muestras a las que he asistido
Empezó Federico “Fico” Camino, profesor de filosofía de la PUCP, con una tierna anécdota sobre su amistad con Alfredo, que data desde que ambos eran niños muy pequeños. En contra de lo que hubiese imaginado, el filósofo manejó con gran prestancia el humor y logró que todos nos riéramos y nos emocionáramos con sus palabras. Luego habló Alonso Cueto, que ha sido mi profesor de literatura en la PUCP, y mediante un agudo análisis de la sociedad limeña -de esa manía tan nuestra de salir bien en la foto y preocuparnos solamente del qué dirán- interpretó la más reciente novela de Bryce como una carta de amor y protesta. 

En esa misma línea, Fernando Carvallo, hermano de Constantino Carvallo, el director y fundador de mi colegio, los Reyes Rojos, también explicó la importancia de la familia tradicional limeña y los grupos de poder de nuestro país, que se ven retratados en este libro, aclaró también, que etimológicamente la palabra familia deriva del grupo de esclavos que obedecía a un solo amo en las grandes casas romanas de la época imperial, por algún extraño motivo, la palabra familia ingresó a los idiomas romances, el castellano entre ellos, y permaneció. ¿No somos a veces esclavos de nuestros apellidos más que esclavos de nuestros propios genes?
Medio año de muestras de arte

El último en hablar, por supuesto, fue Alfredo Bryce Echenique que, como fiel admirador del Tristram Shandy de Laurence Sterne, divagó y se fue por las ramas para regresar finalmente a un solo tema central, que es y siempre ha sido columna vertebral de su inagotable obra: los amigos son el único refugio contra la soledad. Bryce contó algunos hechos muy divertidos, habló de cine, de sus películas y actrices favoritas, de algunos cómicos episodios ocurridos en diversos bares a lo largo de varios años, y habló sobre todo de no estar nunca solo porque siempre lo acompañan sus fantasmas. 

Desde hace ya ocho años que tengo el privilegio de escuchar a Bryce hablar en vivo y en directo, y debo decir que esta vez, a pesar de toda su facundia, lo noté ligeramente apagado. Intuyo que de algún problema sentimental se debe tratar. 
Al final, todos aplaudimos y pasamos a la simpática terraza en la que solícitos mozos nos esperaban con copas de vino, vasos de whisky y, cómo no, vodka tonic (trago de bandera de Alfredo), además de deliciosos bocaditos gourmet. Allí saludé a Alonso Cueto, a Germán Coronado, a Martha Muñoz, a Rosa Acevedo y a Mario Cisneros. También aproveché para conversar con mi amigo Joshua Peña Böttcher, a quien también conozco desde que tenía cinco años y con quien también espero, algún día, si llego a tener muchos libros publicados, compartir anécdotas como las que relataba Fico Camino. También saludé al papá de Joshua, Sául Peña Kolenkautsky. Me encontré también con la mamá de otro de mis más cercanos amigos, Carmen González Cueva, y nos quedamos conversando algunos minutos hasta que pasó su chofer a recogerla. En el transcurso de la noche también saludé a Paco Sanseviero (librería El Virrey), a María Elena Fernández (Dédalo), a Eduardo Lores y a José Medina (ArtMotiv). 

En alguna entrevista, Bryce ha confesado que “Dándole pena a la tristeza” era una de las frases que usaba su nana, para indicar que estaba en las últimas. Con el libro bajo mi brazo, recordé a Juana Cueto, la maravillosa mujer chinchana que trabajaba en mi casa y que era como una segunda madre para mí. Ella también, en sus últimos días, estaba tan mal que le daba pena a la tristeza, y muchísima más pena a mí, que la vi partir a su Chincha natal en junio del 2010 para ya nunca más regresar al mundo de los vivos. El mes pasado se cumplen dos años de su ausencia, y la sigo recordando, y me sigue haciendo falta todos los días. Quizá, movido un poco por las palabras de Bryce, recordé que en lo trágico también puede haber humor, y que en lo humorístico también puede haber tragedia, y entonces, con un whisky en mis manos me despedí del hotel del Country.

Arcadio B.