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October 26, 2015

Renzo Farje, compañero del alma, tan temprano

Conocí a Renzo Farje de la Torre hace años en las aulas de la facultad de literatura de la PUCP. En ese entonces, ambos llevábamos los mismos cursos, siempre con los mismos profesores, circunstancia del todo comprensible si se tiene en cuenta que la nuestra es una facultad pequeña. Sin embargo, no fue sino hasta el 2008 cuando sentí que por fin empezaba a conocer realmente a este chico de gafas eternas y mirada soñadora. Porque uno conoce más a los demás no por lo que dicen sino por lo que escriben. Entonces yo tenía 24 años y él apenas 21, pero como era de esperarse, coincidimos en el taller de poesía de Rossella Di Paolo, y allí, las tardes grises y monótonas de San Miguel por fin recobraban vida y color. Entre diversas y muy desiguales voces, la suya destacaba claramente, no sólo por la dicción cuidadosa y esmerada sino sobre todo por el contenido de cada estrofa y cada verso. Renzo era un poeta nato, e incentivado por Rossella, empezaba ya a dar riendas sueltas a ese fuego interno que todos los escritores comparten.
Renzo Farje (1987-2015)

Recuerdo haberme quedado deslumbrado con los poemas que Renzo Farje escribía y compartía con nosotros, y aunque siempre quise quedarme conversando con él, después de la clase, mi responsabilidad de buen trabajador, buenamente explotado, imperaba por encima de todo. En esa época trabajaba a medio tiempo contestando llamadas de estadounidenses iracundos en un call center del Centro de Lima, y cumplía rigurosamente con el horario, eso significaba salir volando apenas terminaban las clases con Rossella y tomar un micro (todavía no existía el Metropolitano) hasta llegar a la cuadra 6 de la avenida Tacna; desde allí, tenía que trotar lo más rápido posible hasta la cuadra 2 del jirón Miró Quesada. Un minuto de tardanza significaba un descuento sustancial en un sueldo ya de por sí bastante magro, así que yo tenía todo cronometrado al milímetro. En el medio año que trabajé allí jamás llegué tarde. En ese tiempo, sin embargo, nunca pude permitirme ni siquiera un par de minutos para quedarme conversando con Renzo, sobre poesía, sobre literatura o sobre la vida en general.

No lo volví a ver hasta octubre del 2013, en la inauguración de una muestra en Dédalo. Tengo un muy buen recuerdo de esa noche. Además de conversar con Pedro Casusol y Sheila Alvarado, también conocí al poeta Jorge Alejandro Vargas Prado, tanto él como Renzo estaban haciendo una breve escala en Dédalo. Para ellos, la actividad central de esa noche era un festival de poesía, también en Barranco, y mientras conversaba con Renzo, comprendí que él había logrado mantener incólume su pasión por la escritura. Mientras yo me abría paso en PlusTV, el 2012, y me acomodaba en la revista COSAS, el 2013, él seguía siendo fiel a la literatura y, casualmente, también terminó trabajando en el Centro de Lima, en la Casa de la Literatura Peruana; allí emprendió múltiples y muy originales iniciativas. Para los que quieran un poco más de información al respecto, pueden visitar el blog de mi amigo Pedro Casusol.

El día de hoy, exactamente 2 años después de la última vez que nos vimos, constaté con tristeza que para él ya no habría más poemas. No nos volvería a deleitar con sus versos, ni nos volvería a sorprender con proyectos como el mapa literario de Lima. Llegué a la facultad de literatura temprano, para entregar la versión corregida de mi tesis. Mientras ojeaba rápidamente un ejemplar de la revista “Buen Salvaje”, hice lo que siempre hago desde que abandoné la revista COSAS, leí el postón, esa página a la que casi nadie presta atención, en la que salen en letras diminutas los nombres de los directores, editores, fotógrafos, diagramadores y demás colaboradores. Uno puede aprender más de las movidas editoriales leyendo el postón en 15 segundos que soplándose la revista entera en una hora; leyendo periódicamente el postón de COSAS es como, por ejemplo, todos los meses me entero de quiénes han sido despedidos (o “desvinculados” como decía la eufemística jefa de capital humano) de la revista, o quiénes se han hartado y renunciado, quiénes son los nuevos, los recién llegados, los reciclados de años anteriores, etc. No leí ningún artículo del “Buen Salvaje”, pero sí le presté mucha atención al postón. El ejemplar en cuestión estaba dedicado a la memoria de Renzo Farje. Y para mí ese fue un impacto tremendo, un golpe inesperado.
Pedro Casusol y Sheila Alvarado (izquierda); Renzo Farje, Arcadio Bolaños y Jorge Alejandro Vargas Prado (extremo superior)

“Es difícil saber todo lo que uno quisiera. Una manera de medirlo suele ser llevando la cuenta de los libros leídos, pero, sobre todo, la cuenta de los libros que, por falta de tiempo, no se alcanzan a leer. La lista de los pendientes es siempre más larga, por supuesto. A diferencia de las imposibilidades literarias del escritor, las del lector están materializadas en una larga lista o en largos anaqueles que pueden observarse con entusiasmo o con resignación, pero nunca al punto de renunciar a ella. Lo bueno del humanista, o del literato, es que siempre quiere saber más, es un apetito que forma parte de nuestra naturaleza, y, en ese sentido, siempre habrá algo que no sepamos. Eso es justamente lo que nos mueve: el ansia por descubrir, por desenmarañar, por explicar y compartir lo que generan nuestras lecturas” - Renzo Farje.

Ya cumplí 30 años. Renzo Farje nunca alcanzará esa edad. Ahora, en octubre, se cumple un mes de su fallecimiento. Habrá tantos proyectos que ya nunca completará y tantos poemas que ya no podrá compartir ni conmigo ni con nadie más. Me queda la imagen de ese chico sumamente talentoso, lleno de ideas, de trato siempre amable y tranquilo, y de voz tan cálida. Ojalá pudiera regresar en el tiempo, y volver a estar en la clase de poesía de Rossella. Entonces, sin pensarlo dos veces, me quedaría conversando con él… sobre poesía, sobre literatura, sobre la vida en general. 


Arcadio Bolaños Acevedo.