Roy Thomas adapted this poem as a Conan adventure which should have taken place between issues 1 and 2 of the title, although it was finally published in July 1972. After a fearsome battle between Nordic warriors and the Cimmerian, only two combatants are left: Hymdul of the House of Wulfhere and Conan, the Barbarian. After one final brawl, the young barbarian is the one and only victorious man, but now he’s also miles away from any living creature, and thus, in order to survive, there is still one more fierce struggle he must endure: the fight against the chilling cold of the Northern winds, the icy and shiny snow at his feet and the loneliness of the valley around him.
He walks, and he finds a girl of pale skin and hair of gold, barely dressed in thin and delicate silk. She’s “like dawn running naked in the snows”, and even in the freezing mountain Conan’s blood boils at the sight of her. He must have her, even though if he has to chase her until the far reaches of the world. The girl runs away from him, teasing him, laughing at him, and the Cimmerian, although tired and perhaps even wounded, runs after her: “Light as a feather, floating across a pool, the girl dances through the snow… her unshod feet leaving barely an imprint on the hoar-frost that overlays the crust…”.
Once again, Conan has been ambushed, and as two gigantic bearded men attack him, he has no choice but to slaughter them. The rage and bravery in Conan’s heart has allowed him to achieve the impossible: kill the sons of Ymir, brothers of Atali, the goddess of beauty who know, unprotected, understands the horror and the despair of her situation. This time, with renewed energies, Conan runs after her, and now, overwhelmed by fear, she can no longer escape him.
For the first time in eons, a mortal hand is laid upon the flesh of the most elusive goddess of creation. Gods, however, cannot allow humans to pretend to be more than they are, and so it’s time for a god to interfere with this unholy effrontery: A lightening hits Atali and she vanishes, as she had never existed. Concussed by the explosion, the Cimmerian wakes up hours later: Niord and his Aesirs have found him. The young barbarian describes a girl of inhuman paleness and astonishing beauty, and all the Aesirs agree that it had to be a dream, and nothing else. They do not pay attention to the words of old Gorm, a warrior who claims to have seen Atali once, when he was young. It’s then and only then that Conan raises his hand: “Then the warriors speak no more-- but stare in silence at the thing which still dangles from Conan’s clenched left fist-- a flimsy veil-- a wisp of gossamer that was never spun by human distaff!”.
The first page is a masterwork, it combines a peaceful sky and a majestic mountain with the aftermath of a brutal combat. I can almost imagine Barry Windsor-Smith finding inspiration in paintings such as “The Storm on the Sea of Galilee” by Rembrandt, which balances a calm although ominous sky with a violent and yet beautiful central image.
And then, we have a double page spread which works as a close up that takes the reader right into the foray, as we see the mutilated corpses of several men around Conan and his opponent. Cadavers piled up on top of the snow are a great contrast against the movement and agony of the living, it’s not unlike Goya’s series The Disasters of War, in which we see many dead bodies and survivors performing the most gruesome deeds.
Atali’s character is the essence of graceful movements and delicacy, and in these pages I find a certain influence from immortal artists such as El Greco, whose mannerist paintings of virgins dressed with flying veils is very similar to the image of the daughter of Ymir. Throughout all these pages, however, one constant remains: beauty, or rather, as Schilling used to call it, a sublime pathos that takes aesthetic concepts to a whole new level.
In recent years, other authors have attempted the impossible: trying to compete with the work of Barry Windsor-Smith, and so, there has been at least another “Frost Giant's Daughter”, but just like it happens with any other remake, it could never be on the same level as the original, not even close.
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"La hija del gigante de hielo" es poesía visual pura. Hace más de medio siglo, Robert E. Howard escribió un poema sobre Atali, la más hermosa heredera de las nieves, la hija de Ymir, amo del invierno, dios de las razas nórdicas.
Roy Thomas adaptó este poema como una aventura de Conan que debió haber ocurrido entre el primer y el segundo ejemplar de este título, aunque finalmente fue publicado en julio de 1972. Luego de una sangrienta batalla entre los guerreros nórdicos y el cimerio, sólo quedan en pie dos combatientes: Hymdul de la Casa de Wulfhere y Conan, el bárbaro. Luego de un último embate, el joven bárbaro se alza victorioso, pero ahora se encuentra a millas de cualquier criatura viva, y por ello, para sobrevivir, debe librar una última lucha, más fiera que la anterior: pelear en contra del gélido frío de los vientos del norte, la helada y brillante nieve bajo sus pies y la soledad del valle que lo rodea.
Al caminar, encuentra a una chica de piel pálida y cabellos de oro, apenas vestida con una delgada y delicada seda. Ella es "como el alba que corre desnuda en las nieves", e incluso en la helada montaña, la sangre de Conan hierve al verla. Debe poseerla, incluso si tiene que perseguirla hasta los confines lejanos del mundo. La muchacha se aleja a gran velocidad, provocándolo, riéndose de él, y el cimerio, aunque está cansado y tal vez hasta herido, corre tras ella: "Liviana como una pluma que flota sobre un estanque, la chica danza a través de la nieve... sus pies descalzos apenas dejan huellas en la escarcha que cubre la corteza nevada".
Nuevamente, Conan ha caído en una emboscada, y cuando dos gigantes barbudos lo atacan, él los masacra. La furia y la valentía del corazón de Conan le ha permitido hacer lo imposible: asesinar a los hijos de Ymir, los hermanos de Atali, la diosa de la belleza que ahora, desprotegida, comprende el terror y la desesperación de su situación. Esta vez, con energías renovadas, Conan la persigue, y ahora, abrumada por el miedo, ella ya no puede escapar de él.
Por primera vez en eones, una mano mortal se ha posado sobre la carne de la diosa más elusiva de la creación. Los dioses, no obstante, no pueden permitir que los humanos pretendan ser más de lo que son, así que es momento de que un dios intervenga en esta afronta sacrílega: un rayo impacta sobre Atali y ella se desvanece como si nunca hubiese existido. Golpeado por la explosión, el cimerio despierta horas después: Niord y sus asires lo han encontrado. El joven bárbaro les describe a una chica de palidez inhumana y asombrosa belleza, y todos los asires están de acuerdo en que debió haber sido un sueño y nada más. No prestan atención a las palabras del viejo Gorm, un guerrero que clama haber visto a Atali una vez, cuando era joven. Es entonces y sólo entonces que Conan levanta su mano: "Entonces, los guerreros no hablan más-- admiran en silencio el objeto que aún cuelga del apretado puño de Conan-- un frágil velo-- un jirón etéreo que jamás fue enhebrado en telares humanos".
La primera página es una obra maestra, combina un cielo pacífico y una montaña majestuosa con el desenlace de un brutal combate. Casi puedo imaginar a Barry Windsor-Smith encontrando inspiración en pinturas como "La tormenta en el mar de Galileo" de Rembrandt, que balancea un cielo calmado pero ominoso con una imagen central violenta y bella.
Y luego tenemos una página doble que sirve como un close up que nos permite meternos en la contienda, y vemos los cuerpos mutilados de varios hombres que rodean a Conan y a su oponente. Los cadáveres apilados encima de la nieve ofrecen un gran contraste frente al movimiento y la agonía de los vivos, algo que nos acerca a la serie de los estragos de la guerra de Goya, en la que vemos muchos cuerpos muertos y sobrevivientes cometiendo actos terribles.
El personaje de Atali es la esencia de los movimientos con gracia y la delicadeza, y en estas páginas encuentro una cierta influencia de artistas inmortales como El Greco, que con sus pinturas manieristas presentó vírgenes de velos flotantes, bastante similares a la imagen de la hija de Ymir. A través de estas páginas, sin embargo, una constante se mantiene: la belleza, o más bien, como la llamaba Schilling, el pathos sublime que lleva los conceptos estéticos a un nuevo nivel.
En años recientes, otros autores han intentado lo imposible: competir con el trabajo de Barry Windsor-Smith, y así, ha habido al menos otra "hija del gigante de hielo", pero como sucede con todos los remakes, jamás logró estar al nivel de la versión original, ni siquiera acercarse.